jueves, 5 de marzo de 2015

8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer

 

CUENTOS PARA LA COEDUCACIÓN

LA PRINCESA CARLOTA Y SU DRAGÓN MASCOTA


(Personaje inspirado en “La Princesa Listilla” de Babette Cole, Ed. Destino).
Autoras: Marisa Rebolledo Deschamps y Susana Ginesta Gamaza (Equipo Ágora)



La Princesa Carlota no es una princesa corriente de esas que aparecen en los  cuentos. Ella es la Princesa del País de los Cuentos al Revés, un país donde todo  es diferente y las princesas no sueñan con un príncipe azul, sino con viajar y ser astronautas.
Carlota es una princesa muy divertida, le encanta jugar con los animales, correr por el bosque, subirse a los árboles y sobre todo pasar horas y horas jugando y divirtiéndose con sus amigas y amigos.

Ella no espera al príncipe mientras limpia el castillo, sino que se dedica a viajar, a tener aventuras y a conocer sitios nuevos. Todo esto no vayáis a pensar que lo hace solita, ¡qué va!, ella siempre va acompañada de su mascota preferida, el Dragón Buba.
Buba tampoco es un dragón corriente. Es tímido, algo miedoso y bueno como un trozo de pan. Un día cuando era pequeñito tosió algo de fuego, tal y como hacen los dragones de los cuentos, pero al pensar que el fuego podía hacer mucho daño decidió arrojar por sus fauces, a partir de ese día, pompitas de jabón. 

Cuando Buba está contento, el País de los Cuentos al Revés se llena entero de pompas de jabón gigantes.

Carlota siempre fue una niña divertida y valiente. Desde que era pequeña le encantaba jugar subiéndose a los árboles, montar en bicicleta y echar carreras con sus mascotas gigantes; babosas del tamaño de elefantes y sapos de todos los colores. Siempre decía que de mayor quería ser astronauta y por eso se pasaba las noches acostada en la barriga de Buba mirando las estrellas.


Pero Carlota se hizo mayor y llegó a esa edad en la que muchas muchachas empiezan a tener novio. A ella no le preocupaba este tema porque había decidido no casarse de momento, necesitaba el tiempo para viajar, vivir aventuras con su dragón y prepararse para ser astronauta. Pero al Rey y a la Reina esa idea no les hacía tanta gracia. Todas las mañanas se levantaban con preocupación pensando que Carlota se iba a quedar soltera de por vida. Entendían que las Princesas tenían que terminar sus cuentos casándose y no conocían el caso de ninguna que hubiera decidido ser astronauta y vivir su vida de manera independiente.

Sus padres, el Rey y la Reina, no paraban de repetirle que tenía que encontrar un marido para poder reinar:

- ¡Carlota! Déjate ya de tanto animalito y búscate un maridito -le repetían el Rey y la Reina una y otra vez.

- Lo que de verdad me gusta es vivir en el castillo con mis mascotas y hacer cosas divertidas y estudiar para ser astronauta. Yo no quiero casarme, todavía  me quedan muchas cosas que ver y aventuras que vivir.

- Esta chica no entra en razón… algo debemos hacer…

Así que el Rey y la Reina, a la semana siguiente, fueron muy temprano a los aposentos de Carlota para despertarla:

- Venga Carlota levántate, que hemos preparado una gran sorpresa para ti ¡Así que ponte muy guapa! Celebraremos una fiesta.

Carlota emocionada se levantó de un salto, se puso su mejor vestido y abrió la ventana para contemplar el hermoso día que hacía… pero para su sorpresa, lo que Carlota vio fue a una gran fila de príncipes esperando a ser elegidos para convertirse en su esposo:

- No me puedo creer que me hayáis hecho algo así cuando sabéis muy bien que yo no quiero casarme… y ahora no puedo decirles que se vayan porque sería de muy mala educación.

La princesa se puso a pensar, hasta que se le ocurrió una gran idea: aquel que quisiera casarse con ella, debería superar una prueba. Pero claro, estas pruebas serían muy duras, para que así ningún príncipe las superara y Carlota pudiera seguir soltera y tan feliz en su castillo.

De este modo comenzó la fiesta. Carlota se presentó entre todos los príncipes y explicó sus intenciones. Muchos de los príncipes decidieron regresar a su palacio, pues sus motivaciones no se acercaban en absoluto a la de buscar esposa. Otros tantos se mostraron atemorizados y prefirieron no participar, pero de entre todos los príncipes quedaron cinco deseosos de enamorar a Carlota. Optaron por dar su consentimiento y decidieron por tanto presentarse a las pruebas.

El primero que se atrevió a pasar por las pruebas de Carlota fue el Príncipe Margarito, que era un chico muy amable,  tierno,  educado  y  un  gran amante de la naturaleza. Tanto le gustaba que en su palacio tenía un gran jardín repleto de cientos y cientos de flores preciosas, algunas  muy  extrañas,  que  cuidaba  y  regaba con mucho cariño.

Como  Margarito  era  un  príncipe  sensible y  tierno  al  que  le  encantaban  las  flores  y las plantas y se había especializado en sus olores, formas y colores, Carlota, impresionada por su afición, decidió mandarlo a su jardín encantado con una cesta llena de comida para que buscara a sus “pequeñas babosas” y les diera su almuerzo. 

El Príncipe Margarito agarró la cesta con entusiasmo y se adentró en el jardín encantado. Iba buscando, con la mirada clavada en el suelo, a las babosas de Carlota, imaginando que serían diminutas, cuando de pronto, su cabeza chocó con una viscosa y pegajosa “cosa” verde.

Margarito  levantó  la  mirada  y  cuál fue  su  sorpresa  cuando  descubrió que  las  babosas  de  Carlota  no  eran del tamaño que él imaginaba… ¡eran gigantes!  Margarito  salió  corriendo horrorizado y poseído por un miedo insoportable,  se  asustó  tanto  al  ver el  tamaño  de  los  “animalitos”  que comenzó a llorar sin encontrar consuelo en ninguna de las aclaraciones que le hacía Carlota:

- Margarito, tranquilo, si no hacen nada, son buenas y no muerden.

El Príncipe Margarito se marchó desconsolado de la fiesta, pero Carlota aprendió algo muy importante, y es que los príncipes también pueden sentir miedo… no todos son valientes.

El siguiente fue el Príncipe Danzarín, que era un chico muy inquieto al que le encantaba pasarse el día cantando, bailando y haciendo piruetas. Así que Carlota le propuso lo siguiente: “Si consigues bailar sobre patines durante 24 horas seguidas sin parar ni un solo segundo, me casaré contigo”.

Entonces el Príncipe Danzarín se puso a bailar muy animado y feliz… y así estuvo 1 hora, 2 horas, 3 horas… Y ya no bailaba tan animado, porque Danzarín estaba cansado y le dolían los pies y la espalda. Llevaba 7 agotadoras horas bailando sin parar cuando de repente comenzó a ponerse de color rojo, morado, azul, verde, amarillo y de todos los colores. Entonces se desplomó en el suelo muerto de cansancio y quejándose de dolor:“¡¡ Ayyy mis riñones… ayyy mis pies!!”.Y Carlota aprendió que los chicos también se cansan, sienten dolor y no siempre tienen porqué ser fuertes.

El próximo fue el Príncipe Oscar, al que le encantaba ir siempre muy limpio e impecable y además era un gran jinete y le encantaba presumir de su buen gusto y buenas maneras mientras montaba en sus también limpios e impecables corceles. Entonces Carlota, como prueba para casarse con ella, le propuso que domara a su caballo. Pero el caballo de Carlota era indomable y nadie nunca había conseguido montarse en él.

El Príncipe Oscar, con mucho cuidado (para no mancharse) entró en el establo donde se encontraba el indomable caballo de Carlota y en su intento de domarlo, lo único que consiguió fue que el caballo de una coz le tirara de cabeza contra el fango, manchándole toda la ropa. El príncipe al verse lleno de lodo se enfadó muchísimo porque no soportaba estar sucio, y así Carlota aprendió que a los chicos también les gusta arreglarse y estar guapos, aunque la princesa le explicó a Oscar que no pasa nada por ensuciarse y que debía disfrutar y jugar y no estar pendiente únicamente de que la ropa estuviera intachable.


Una tarde Carlota conoció al cuarto príncipe, al Príncipe Maderucho. Era un muchacho simpático y alegre, aunque algo arrogante. Presumía de cortar con su hacha los troncos más fuertes y rígidos de todos los que encontraba en los bosques, buscaba árboles grandes y altos y sin pensarlo los talaba. Así que Carlota tras observar atentamente a Maderucho decidió retarle con la siguiente prueba:

- Maderucho, tendrás que ir a mi bosque mágico y allí buscarás el árbol más fuerte, cuando lo encuentres tala un trozo de su tronco y tráemelo a palacio.

Maderucho emprendió su marcha y provisto de su hacha se adentró en el bosque para comenzar a buscar el árbol más robusto. De lo que no era consciente el príncipe, es que en el bosque de Carlota los árboles son diferentes, allí cuando uno de estos está cansado por ejemplo de tomar el sol, levanta sus raíces del suelo y se cambia de sitio. Sí, los árboles andan, y no sólo eso, también son capaces de hablar. Carlota decidió ir detrás de Maderucho, para ver la reacción de éste cuando descubriera que los árboles estaban “tan vivos”.

Enseguida Maderucho encontró el árbol más alto y fuerte, situado en el centro del bosque. A primera vista parecía un árbol normal, pero qué sorpresa se llevó éste cuando al levantar su hacha notó cómo algo en la cabeza le golpeaba para llamarlo:

- ¿Qué será esto que siento en mi cabeza?-pensó Maderucho-.¿Será una rama que se ha caído, o una hoja quizás?

Pero el árbol volvió a golpearle. Maderucho levantó la mirada y cuando vio al árbol que se movía como una persona se quedó quieto como una estatua:

- ¿Qué haces con ese hacha? -preguntó el árbol-¿no me querrás talar, verdad?

Maderucho, asustado, contestó:

-No, sólo quería coger un trozo de madera.

- ¡Un trozo de mi tronco! ¡Estás loco!, ¿sabes el daño qué eso me hace?, es como si cortaras un trozo de mi barriga, ¡ni se te ocurra! -gritó el árbol.

Maderucho se puso a pensar en todos los árboles que había talado antes, y de pronto una pena horrible se apoderó de él. Tanta era esa pena que Maderucho se puso a llorar y aunque Carlota intentó consolarle no hubo manera de que parase.

Carlota aprendió que los chicos también lloran. El Príncipe Maderucho estaba avergonzado porque una chica le había visto llorar pero la princesa le explicó que chicos y chicas tienen sentimientos y sienten miedo y no es malo demostrarlo. Y tras esto, el Príncipe Maderucho volvió a su reino para cuidar de sus bosques y sus árboles.

El último príncipe que accedió a superar las pruebas de Carlota fue el Príncipe Canijín, un chico muy simpático y alegre al que le encantaba viajar y divertirse. Al verle tan delgadito, Carlota pensó en su prueba y tuvo una idea. Le pediría a Canijín que acompañara a sus padres, el Rey y la Reina, de compras. Pero el Rey y  la  Reina  solían  hacer  grandes  compras,  porque  tenían  poco  tiempo,  así  que cuando iban a comprar lo hacían para todo el año. Canijín al principio cargaba sin problemas todos los paquetes pero cuando ya llevaba tres pares de zapatos, dos pamelas, kilos de peras y manzanas y varias cajas de leche, decidió pararse. Estaba horrorizado de todas las cosas que compraban y de cómo le hacían cargar. Con firmeza decidió soltar las cosas y con voz tajante afirmó:

- Bueno, bueno, bueno, ¿pero esto qué es? Yo ya no puedo más, todas estas cosas pesan muchísimo y yo no soy un príncipe fuerte precisamente. Estoy cansado y además pienso que no es justo que yo cargue con todo mientras el Rey y la Reina van con las manos vacías. No es justo eso, como tampoco lo es que una princesa me tenga que poner pruebas para casarme con ella, nos casaremos si estamos de acuerdo los dos y ya está, y si alguno no quiere tampoco pasa nada por quedarse soltero o soltera, ¿verdad Carlota?

Carlota  no  podía  creer  lo  que  el  Príncipe  Canijín  estaba  diciendo.  Por  fin  encontraba a alguien que estaba de acuerdo con ella. Y lo mejor de todo, Carlota estaba radiante de felicidad porque había demostrado a sus padres que no era necesario que una princesa se casara y que todos los príncipes no tenían porque ser  valientes  y  fuertes.  Con  Margarito  habían  aprendido  que  los  chicos también  sienten  miedo,  con  Danzarin  que  también  se  cansan  y  con Maderucho que pueden sentir pena y llorar, con Oscar que les gusta estar guapos y con Canijín que no siempre son fuertes.

El Rey y la Reina comprendieron por fin que existen princesas  que  se  casan  y  otras  que  no,  entendieron  que  las  dos opciones son buenas siempre que ellas sean felices. Lo importante es que cada princesa elija su opción libremente y termine su cuento donde y con quien más les apetezca.

Pero ¿sabéis una cosa? 

Canijín y Carlota se hicieron muy amigos. Pero Canijín era un  príncipe  algo  miedoso  y  le  asustaban  las  noches  de tormenta. Cuando esto sucedía, Carlota le invitaba a hacer un juego para ahuyentar el miedo a la tormenta.

Desde entonces Carlota es la Princesa del País de la Igualdad, un país donde todos y todas pueden hacer las mismas cosas, donde se juegan con los mismos juguetes y se comparten los colores. Es un país en definitiva, donde todas las personas tienen los mismos derechos y deberes.

FIN

 

  Para leer más
http://www.inmujer.gob.es/areasTematicas/educacion/programas/docs/CeapaCuentosCoeducar.pdf
 
Siete rompecuentos para siete noches