8 Día Internacional
marzo de la mujer
Un
8 de marzo de 1857, un grupo de obreras textiles tomó la decisión
de salir a las calles de Nueva York a protestar por las míseras
condiciones en las que trabajaban.
Distintos movimientos se sucedieron a partir de esa fecha. El 5 de marzo de 1908, Nueva York fue escenario de nuevo de una huelga polémica para aquellos tiempos. Un grupo de mujeres reclamaba la igualdad salarial, la disminución de la jornada laboral a 10 horas y un tiempo para poder dar de mamar a sus hijos. Durante esa huelga, perecieron más de un centenar de mujeres quemadas en una fábrica de Sirtwoot Cotton, en un incendio que se atribuyó al dueño de la fábrica como respuesta a la huelga.En 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras celebrada en Copenhague (Dinamarca) más de 100 mujeres aprobaron declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Distintos movimientos se sucedieron a partir de esa fecha. El 5 de marzo de 1908, Nueva York fue escenario de nuevo de una huelga polémica para aquellos tiempos. Un grupo de mujeres reclamaba la igualdad salarial, la disminución de la jornada laboral a 10 horas y un tiempo para poder dar de mamar a sus hijos. Durante esa huelga, perecieron más de un centenar de mujeres quemadas en una fábrica de Sirtwoot Cotton, en un incendio que se atribuyó al dueño de la fábrica como respuesta a la huelga.En 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras celebrada en Copenhague (Dinamarca) más de 100 mujeres aprobaron declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Actualmente se celebra como Día Internacional de la Mujer
Había una vez, en el
país de los elefantes, una manada en que las elefantas eran suaves como el
terciopelo, tenían los ojos grandes y brillantes, y la piel de rosa caramelo.
Todo esto se debía a
que, desde el mismo día de su nacimiento, las elefantas sólo comían anémonas y
peonías. Y no era que les gustaran las flores: las anémonas —y todavía peor las
peonías— tienen un sabor malísimo. Pero, eso sí, dan una piel suave y rosada y
unos ojos grandes y brillantes.
Las anémonas y las peonías crecían en un jardincillo
vallado. Las elefantitas vivían allí y se pasaban el día jugando entre ellas y
comiendo flores.
"Pequeñas -decían sus papas-, tenéis que
comeros todas las peonías y no dejar ni una sola anémona, o no os haréis tan
suaves y tan rosadas como vuestras mamas, ni tendréis los ojos tan grandes y
brillantes, y cuando seáis mayores, ningún guapo elefante querrá casarse con
vosotras."
Para volverse más rosas, las elefantitas
llevaban zapatitos color de rosa, cuellos color de rosa y grandes lazos color_
de rosa en la punta del rabo.
Desde su jardincito
vallado, las elefantitas veían a sus hermanos y a sus primos, todos de un
hermoso color gris elefante, que jugaban por la sabana, comían hierba verde, se
duchaban en el río, se revolcaban en el lodo y hacían la siesta debajo de los
árboles.
Sólo Margarita, entre todas las pequeñas
elefantas, no se volvía ni un poquito rosa, por más anémonas y peonías que
comiera. Esto ponía muy triste a mamá elefanta y hacía enfadar a papá elefante.
"Veamos, Margarita -le decían-, ¿por qué sigues con ese horrible color
gris, que sienta tan mal a una elefantita? ¿Es que no te esfuerzas? ¿Es que
eres una niña rebelde? ¡Mucho cuidado, Margarita, porque si sigues así no
llegarás a ser nunca una hermosa elefanta!"
Y Margarita, cada vez
más gris, mordisqueaba unas cuantas anémonas y tinas pocas peonías para que sus
papas estuvieran contentos.
Pasó el tiempo, y
Margarita no se volvió de color rosa. Su papá y su mamá perdieron poco a poco
la esperanza de verla convertida en una elefanta guapa y suave, de ojos grandes
y brillantes. Y decidieron dejarla en paz.
Y un buen día,
Margarita, feliz, salió del jardincito vallado. Se quitó los zapatitos, el
cuello y el lazo color de rosa. Y se fue a jugar sobre la hierba alta, entre
los árboles de frutos exquisitos y en los charcos de barro.
Las otras elefantitas
la miraban desde su jardín. El primer día aterradas, el segundo día con
desaprobación, el tercer día perplejas y el cuarto día muertas de envidia.
Al quinto día, las
elefantitas más valientes empezaron a salir una tras otra del vallado, y los
zapatitos, los cuellos y los bonitos lazos rosas quedaron entre las peonías y
las anémonas.
Después de haber jugado
en la hierba, de haber probado los riquísimos frutos y de haber dormido a la
sombra de los grandes árboles, ni una sola elefantita quiso volver nunca jamás
a llevar zapatitos, ni a comer peonías o anémonas, ni a vivir dentro de un
jardín vallado.
Y desde aquel entonces,
es muy difícil saber, viendo jugar a los pequeños elefantes de la manada,
cuáles son elefantes y cuáles son elefantas. ¡Se parecen tanto!