TERMINABA casi de hablar, cuando se produjo el destello de un relámpago que iluminó las colinas y los espinos con su intensa luz blanca, seguido del ruido distante del trueno.Ol-Poruo miró una vez más a la luna y una vez más pensó que la lluvia llegaría pronto. Pero solo se notaba el viento en las casias y se oía el agudo canto de las cigarras. Él y el resto de su pueblo se durmieron teniendo encima las estrellas.
Al amanecer del día siguiente reemprendieron la marcha. Ya por la tarde, antes de la hora en que el ganado suele regresar al poblado, llegaron a un lugar montañoso donde crecían los pinos, los eucaliptos y las higueras silvestres; Ol-Poruo y los ancianos decidieron que se quedarían allí. Durmieron una noche más bajo las estrellas y, por la mañana, las mujeres comenzaron a construir las nuevas casas.
Riendo y cantando, al igual que una bandada de tejedores haciendo sus nidos, entrelazaban ramas en los armazones y los recubrían con estiércol de ganado, para que la lluvia no pudiera filtrarse.
Hilary Ruben